En cuestión de días el libro “Comer con Hemingway” se llevó dos palmas trascendentales. La primera fue a fines de este Mayo. Recibió un premio que lo acredita como el tercer mejor libro del mundo en la categoría “Cooking Schools”(escuelas de cocina) otorgado en el contexto de los premios Gourmand World Cookbook, algo así como los Oscar en el rubro publicaciones gastronómicas.
Todo un acontecimiento es cierto. Pero ahora recibió el 12 de junio próximo pasado, el Premio Euskadi 2017 a la mejor publicación gastronómica. Este galardón lo concede el Gobierno Vasco a la mejor publicación gastronómica y lo hace a instancias de la Academia Vasca de Gastronomía.
Acompaña este texto dos fotos originales del acto. En una de ellas se lo ve al autor agradeciendo el galardón y en la otra al conjunto de los premiados.
Estos reconocimientos constituyen todo un mérito al autor, el talentoso periodista pamplonés Javier Muñoz y a su asesor el maestro cocinero doniostiarra don Luis Irízar con su escuela de cocina.
Cabe recordar aquí que en este blog se dedicaron varias notas a este singular libro en tres idiomas que se constituye en si mismo como una entretenida y apetitosa excursión cultural y gastronómica por lugares que el “amigo Hemingway”, pasó, visitó, frecuentó y todo ello con un enorme y gentil afecto por la tierra que lo recibió. Así, este paseo que propone Muñoz y su equipo, transita por Navarra, Euskadi, La Rioja, Aragón y País Vasco Francés. Es único. Único en su tipo y en su estilo y merece otros reconocimientos como los históricos por ejemplo.
En tal sentido quiero abrir un paréntesis y puntualizar otra vez que Hemingway amó a España. Lo dijo el mismo más de una vez. Era un español más junto a las comidas, a las bebidas, a los toros, a la cultura, a la música, a la pintura, pero algo más: Era un admirador de sus letras sobretodo. Yo me atrevería a decir que estaba embelesado con el idioma y con los autores y con los textos. El grandote, el tosco Hemingway, como le endilgaban los detractores, era una enciclopedia literaria, incluso pictórica, incluso musical. De allí el singular afecto por lo hispánico. Ciudadano del mundo, ciudadano de la guerra, nunca supo hallar la paz a su propia contienda interna, pero era un apasionado por todo lo vital. Es posible que ese sea uno de sus secretos.
Volviendo al texto que nos ocupa, quizás sea “una cabeza de playa”, expresión que le gustaría al “Viejo”, para otras incursiones españolas que tengan como protagonista o coprotagonista a este escritor norteamericano enamorado de lo hispánico.
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