Se podría denominar de distintas maneras. Se podría mencionar al destino. O mejor, simplemente, hablar de coincidencias exageradas. Pero lo cierto que mas allá de toda insinuación o de toda reflexión para mi y esto desde un punto de vista estrictamente personal, el mes de julio es el mes de Ernest Hemingway o “Mes hemingwayano”. Así lo denomino e ignoro si figura en otro lugar o si alguien lo bautizara de esta manera antes que yo. En cualquiera de los casos pido disculpas y me rectifico. De lo contrario a partir de ahora le llamaré como lo he expresado.
Francamente no importa el origen, destino, coincidencia, sino, fatalidad y podemos seguir con las palabrejas que albergan toda una carga de sentido frente a los hechos concretos y vitales. Un 21 de julio de 1899 nació en Oak Park, una ciudad del Estado de Illinois, Estados Unidos de Norteamérica un niño que se llamó Ernest Miller Hemingway.
Casi 62 años después, el domingo 2 de julio de 1961 en su casa en Ketchum, Estado de Idaho, murió por su propia decisión, un adulto consagrado como escritor y como hombre de trayectoria legendaria en vida. Le faltaban 19 días para cumplir un año más pero el dijo basta, no importando fechas sino más bien circunstancias. Ese basta del cual no se regresa, en el mismo mes de su nacimiento, puede decir muchas cosas y dar lugar a muchas reflexiones.
Después de años de haberlo seguido, después de haber intentando un encuentro que fue fallido, claro, con la sorpresa de ese basta esperado e inesperado por algunos, mi afecto por “El Viejo” sigue intacto.
Puedo brindar con una copa como solía hacerlo Gregorio Fuentes, pero por el día en que nació no por el que se fue, aunque también es importante. Por eso es que yo llamo al mes de julio el “Mes hemingwayano”. Por esas curiosidades de la vida, en el caso de “El Viejo” lo comenzamos con su muerte y lo concluimos con su nacimiento como una paradoja para quien no le esquivó a la muerte y la vio desde muy temprano en el frente de batalla y la siguió de una forma u otra en su literatura y en su vida.
El “Mes hemingwayano“ es un mes de festejos, recuerdos y también olvidos. Como es la vida misma, un complejo de tiempos en el que ninguno de ellos supera a otros y se esparcen bajo distintas formas a lo largo de lo que denominamos de otra manera, más filosófica quizás, como existencia.
Por lo tanto ahora en julio, brindo con algunos martinis y daiquiris que yo mismo preparo, leo algunos textos como Fiesta o Muerte en la Tarde y El Viejo y el Mar. Con este último, como siempre lo hago, leo la página que corresponde abriendo el libro al azar.
Aguardo poder conseguir algunas líneas de gente que gentilmente se ha comunicado conmigo y me han hablado de “Papá” a través de sus correos electrónicos.
Por estos tiempos, esas personas me han escrito y me han contado hechos que involucran no solo al ser humano sino al personaje que encarnaba “El Viejo”. Debo decir que les he escrito agradeciendo la atención. Pero voy a reiterar un pedido. Solo quiero un par de líneas o un par de páginas. Un saludo o un texto. Son pocas, muy pocas las personas, pero son importantes para que sus palabras figuren en este mes especial, el “Mes hemingwayano” como he dado en llamarle, y que es de todos, absolutamente de todos los que de una manera u otra, extensa o brevemente, pueden contar algo acerca de este señor llamado Ernest Miller Hemingway, alias “Papá”, alias “El Viejo”. Es el mejor homenaje. Es el mejor regalo para su cumpleaños.
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