Lapiceras de Montegrappa en homenaje a Hemingway.

Corrían los años de comienzo del siglo XX. Se hallaba en su apogeo la que llamaban la ‘gran guerra’. Era la primera contienda mundial en la que participaban los más grandes países del orbe. Se personificaba en ella el caos. Quizás nadie sospechara que habría otra, aún más terrible.

En ese infierno, se solicitaba ayuda internacional. La Cruz Roja lo hizo y tuvo una gran respuesta. Hombres y mujeres de diferentes países, incluso ajenos a la contienda, ofrecieron sus servicios como voluntarios. Para muchos simbolizaba la fraternidad, para otros una aventura. Quizás ninguno sabía de los horrores de la guerra. Por ello todos se anotaron con viaje de ida seguro. El de regreso no estaba expedido.

Uno de esos jóvenes provenía de una familia de arraigo en Oak Park, Estado de Illinois, Estados Unidos de Norteamérica. Con 19 años y alguna afición al periodismo buscaba la aventura y esta era una oportunidad. Como voluntario fue designado para conducir ambulancias en un lugar muy lejos de donde el se hallaba. Así, vía Francia terminó recalando en Italia. Apenas llegó se dio cuenta que la aventura que el pensaba que era, se trataba en la realidad de la peor tragedia que el hombre fabricaba y era protagonista en toda la historia de la llamada humanidad: La guerra

Se cuenta que su estreno junto a otros compañeros de ruta, fue intervenir con los vehículos tras la voladura de una fábrica de municiones cuya mayoría de trabajadores eran mujeres. Trozos de los cuerpos de esas trabajadoras se hallaban esparcidos por todos lados. Ese fue su bautismo de sangre. Le aguardaba el de la guerra.

De paso, muy de paso, la historia rescata también el encuentro-conocimiento de este joven con un tal John Dos Passos. La historia de cada uno y la historia de la literatura hablarían de ambos.

He aquí que en una ofensiva militar de los austriacos, un grupo de soldados italianos son alcanzados por la metralla fragmentada de un cohete. Un combatiente italiano muy mal herido cae gritando de dolor. El joven no vacila. Corre hacia el y lo carga utilizando un arnés pero en el trayecto una nueva descarga, esta vez de una ametralladora que hace un amplio paneo por todo el terreno, lo alcanza al joven en las piernas. Se cae sin soltar al herido y se arrastra con el evitando exponerse al fuego enemigo y lo lleva a un reguardo. Allí se derrumba por el dolor y las lesiones pero el soldado herido es atendido por un grupo de sus compañeros mientras otros se ocupan del conductor de ambulancias que no vaciló en arriesgar su vida para sacar de la línea de fuego al italiano. Con esta relación esta todo dicho.

El joven no volvió a la guerra por más que lo solicitó. No sabía que tenía otras guerras por delante y no solamente militares.

Internado, trasladado, operado, condecorado y admirado este joven de buen carácter y siempre alegre según se lo describía, conoció y se enamoró de una joven y bella enfermera de ojos grises que lo atendió y pese a las normas imperantes de no confraternizar con los combatientes o con los enfermos o con los internados, ella también lo reconoció y se enamoró de este joven atento. Hubo atracción mutua y hubo toda una historia de encuentros, paseos, cartas, intenciones y despedidas. Incluso una foto de él lo muestra con un anillo obsequio de ella.

De nuevo, aún con bastón el joven insistió en seguir la guerra lo que una vez más le fue denegado. El llegó tardíamente al ataque de Monte Grappa del cual nunca se olvidaría. Pero el debía regresar a su país por las heridas recibidas en su cuerpo. Nunca se habló si también por las del amor.

Ella y él se separaron para siempre emprendiendo caminos diferentes. Ella se llamaba Agnes Hannah von Kurowsky nacida en Estados Unidos de padre de origen alemán.  Esta atractiva mujer siguió su vida y dejó un diario que sirvió de mucho a investigadores e historiadores. Por supuesto no sólo para saber de ella solamente, sino más bien del joven de Oak Park.

Ese joven se llamaba Ernest Miller Hemingway. Aunque le gustaba el periodismo, luego le atrajo la escritura. Pues bien el joven Hemingway con el tiempo tomó esta historia, que era su historia, le dio forma de novela y la inmortalizó a su vez en la historia de las letras con el título de “Adiós a las armas” (“A farewell to arms”).

A cien años de la primera guerra. A cien años de tanto dolor, de tanta miseria y de tanta crueldad, una empresa que lleva el nombre del macizo cercano a los lugares por donde anduvo el joven Hemingway hace un homenaje al escritor.

Montegrappa es una empresa italiana dedicada a la fabricación de lapiceras, relojes y joyas. Su fama ganó el ámbito internacional por sus trabajos artesanales de diseño muy fino y exclusivo. Sus creaciones son objeto de admiración y adquisición por parte de los coleccionistas del mundo entero.

Fue creada y establecida a orillas del río Brenta, en Bassano del Grappa, Italia, en el año 1912. Su nombre, como ya se dijo, se debe al famoso macizo cercano. La historia relata que durante la guerra Bassano fue un centro de operaciones militares. Parece que este hecho llevó a que el personal militar y civil que pasaban o residían allí o en lugares cercanos emplearan las plumas de la empresa. Reiteradamente se ha dicho que Hemingway empleaba una o varias de estas lapiceras. Además la tradición se enorgullece al decir que a pesar de ser una zona sujeta a frecuentes bombardeos, Montegrappa continuó con su actividad sin interrupción.

Aunque  ya lo hizo con otros escritores, ahora una zaga de lapiceras  homenajea a aquel joven de Oak Park que trabajó como conductor de ambulancias y años más tarde sorprendió al mundo con su producción literaria.

Fiel a su estilo, a Montegrappa no le bastó concebir una sola lapicera joya, sino que fue más allá. Configuró una zaga de cuatro etapas. Los creadores de ella, ellos mismos artistas, enfocaron a Hemingway como mirado desde cuatro aristas o facetas de su riquísima vida. Así surgen cuatro lapiceras diferentes en su concepción pero que convergen en la trayectoria de existencia real de un hombre singular. Las cuatro son el mismo, en momentos diferentes, que concluyen integrándose.

Primero se halla el hombre del campo de batalla. Así la primera de la serie la pluma Hemingway Soldier salió a la venta en 2016. De paso los artistas de Montegrappa concibieron un color para cada faceta biográfica. Hemingway Soldier es negra. En cambio la que ahora aparece es marrón tortuga y se llama Hemingway The Writer. Faltan dos a saber: Hemingway The Fishermen de color azul mediterráneo y Hemingway The Traveler de color negro carbón. Todos los modelos en la parte superior llevan una réplica de la firma del escritor y poseen grabados que hacen referencia a los hitos que configuran la etapa. Por ejemplo la Soldier lleva la Cruz Roja y el Puente de Bassano de Grappa cercano adonde se halla la empresa y escenario, entre otros, de las andanzas del conductor de ambulancias que eternizó en palabras las acciones y los sentimientos allí vividos.

Por otro lado Montegrappa cuidó hasta el detalle del estuche en el que se guarda la pluma. Otra vez los artistas de la empresa mostraron su capacidad estética e inventiva a la vez, al inspirarse en las libretas y cuadernos de notas que muchos reporteros llevaban al frente de batalla y que hoy, más allá de todo el mundillo digital, algunos siguen empleando.

Aunque el universo de los coleccionistas es grande, no se dispone de una gran cantidad de lapiceras. Es más la producción de estas series es excesivamente limitada dado que la fabricación de cada una constituye una pieza artesanal única en el mundo esculpida en celuloide plata u oro. Si bien hay tres formatos, pluma, bolígrafo y roller, hay sólo 100 unidades de plata. Y, casi para el delirio, sólo 10 unidades en oro macizo de 18 kilates, también en los tres formatos. Los precios oscilan entre los 1800  y 27500 euros individualmente. No hay información fidedigna si ya todas han sido adquiridas y aún comprometidas las que van a salir. Algunos nombres conocidos pueden estar anotados desde hace rato para la serie completa dada la poca disponibilidad. Imagino que salvo las que queden para la empresa, el resto podrán alguna vez ser admiradas en museos o exposiciones de coleccionistas privados. Cumplida la zaga entera se observa que no llegan a medio centenar las lapiceras Montegrappa Hemingway en el mundo entero.

Una reflexión final o una última cuestión que no es menor para los investigadores del detalle. Según la información los soldados y en general los residentes del lugar como camilleros, conductores de ambulancias, enfermeras y demás personal empleaba las lapiceras Montegrappa. Ahora bien ¿Se podrá detectar en algún manuscrito de la época el trazo de una Montegrappa diferenciándolo de otras? Un experto puede hacerlo. Para el caso Hemingway el material disponible es rico. Por ejemplo, el diario de Agnes, las cartas de esta a Ernest, las cartas de Ernest a su familia. Un apunte importante: Las cartas de Ernest a ella no fueron halladas, si es que existieron, según algunos investigadores. Otros afirman que fueron quemadas y habría algún testimonio de ello. En esta parte de la vida de Ernest y Agnes, como en muchas otras, hay dudas y versiones  en buena cantidad.

Ahora, más allá de todo, sería apasionante hallar el trazo de una Montegrappa de entonces y acariciar el papel con una de ahora.

Hay allí un juego para los que escribimos a mano o tenemos varias plumas o simplemente nos atraen estas herramientas del escribir, que es algo más que un juego del ayer y del hoy. Se trata del eterno retorno de juntar letras en palabras y hacerlo con una pluma cuyo peso no es físico, es histórico y por lo tanto su valor no se puede medir: Es incalculable.

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