Mary Welsh se despertó sobresaltada. ¿Había sido un trueno? Los ruidos en esa casa en Ketchum no le eran familiares pero los toleraba, como toleraba el zumbido del viento que se colaba por tantas rendijas que había que tapar. Le extrañó no verlo a su lado. En ese momento un lobo aulló en la estepa haciendo sabedor a la manada de su supremacía y de su territorio. Pero este ruido que la sobresaltó fue diferente. Fue un trueno en un cielo despejado. Lleno de estrellas. Tuvo miedo. Sintió frío. Ella que nunca lo había sentido. Se levantó y manoteó un abrigo cercano. Se asomó al corredor y vio luces encendidas. Entonces fue directo al recibidor. A la distancia lo vio. Allí en el estudio lo encontró con el rostro desfigurado y la cabeza destrozada. A su lado una escopeta de dos cañones. De su garganta salió un grito animal, un grito de terror. Todo estaba dicho. En esa madrugada del 2 de julio de 1961, Ernest Miller Hemingway se despidió de este mundo.