El niño acompañaba a su padre en las visitas al bosque para cazar alguna liebre o perdiz que se aviniera a ser blanco de sus disparos. El padre enseñaba al niño el silencio para no aventar la presa. Caminaban de frente al viento. Observar, le decía. Siempre observar el entorno. Los troncos huecos escondrijo de víboras. El sonido de la cascabel agitando su cola lo más lejos posible. Respirar antes de disparar. Concentrarse en el blanco como si fuera el único punto del universo. Observar. Observar la naturaleza. La crueldad sin culpa. La severidad de la lucha. La fortaleza del fuerte y la astucia del débil. Ese niño que se llamaba Ernest Miller Hemingway y que había nacido en ese pueblo el 21 de julio de 1899 aprendió de todo aquello y le sirvió para cacerías más importantes y también para otras actividades aún más importantes como por ejemplo escribir.