ERNEST HEMINGWAY Y ALEJANDRO PADRON: “PARIS SIEMPRE VALÍA LA PENA”

41RsE8X9wBL._SX331_BO1,204,203,200_Mientras escribo esta nota aguardo un contacto con Alejandro Padrón que reside en Barcelona. ¿Quién es este señor? Nacido en Sucre, Venezuela, egresó como economista en la Universidad de los Andes(ULA) en Mérida, Venezuela, una casa de estudios que comenzó su larga y prestigiosa trayectoria a fines del siglo 18. Luego hizo su pos grado y doctorado en economía en la distinguida y tradicional Universidad de la Sorbona en París, Francia. Ha publicado varias novelas, libros de cuentos y un libro de crónica. Hasta ahí un perfil de este académico. Pero ahora Padrón decidió desafiar a Hemingway publicando “París siempre valía la pena” (Kálathos Ediciones, Madrid, septiembre de 2021) que aparece como una reescritura, una reinvención de “París era una fiesta”.

Si Hemingway estuviera vivo, primero lo desafiaría a un par de vueltas con guantes de boxeo ad hoc y luego a varias vueltas de Martinis con algunos de los excelentes gin que facturan en Barcelona. Y esto porque Padrón se ha atrevido a un desafío realmente bellísimo: Ha producido un revivir de esta obra póstuma del Nobel 1954 siempre recordada de una u otra manera como una estampa con filigrana a mano de una época irrepetible. Pero a los fines de esta nota revisemos primero en forma muy breve, algunos detalles de la obra de Hemingway

En 1956 en los sótanos del Hotel Ritz de París se hallaron un par de baúles con el logo EH lo cual querían decir a toda vista que eran las iniciales de Ernest Hemingway. Por lo tanto, se trataba de un señor de larga trayectoria en el hotel y desde luego en su bar (que hoy lleva su nombre) y que era muy amigo de Charles Ritz dueño de esa obra de arte para vivir y correspondía que le avisaran cuanto antes de este hecho. El escritor recupera estos baúles 28 años después que los dejara quizás por un descuido o por comodidad y también un poco olvidándolos. Allí Hemingway encuentra borradores, notas, apuntes, en fin, todo tipo de escritos. Pero hay uno que le atrae por simpatía y afecto que decide darle forma y que llevaría el título ya consagrado de “París era una fiesta” (título en inglés “A moveable feast” – “Una fiesta móvil”).

Hemingway le dio alguna forma, pero no lo terminó según se sabe o se pretende saber con y sin investigaciones al respecto. No se sabe si el texto que se conoció después era “todo Hemingway” o hubo “retoques” o “faltaba” texto. En fin, cuando apareció en 1964, tres años después de la muerte del escritor, fue el primer suceso editorial póstumo al que le seguirían varios. Según Mary Welsh, cuarta esposa de Hemingway que recuperó los textos a que se hace referencia, el libro trata de la experiencia de vida de Ernest en París desde 1921 a 1926.

Veamos algunos detalles. Entre 1964 fecha de la publicación y 2021 año en que escribo esta nota hay 57 años, que no es poco. Pero atención, entre 1926 período que comprende este texto según Welsh y 2021 hay ¡95 años! Años más, años menos es, ¡Un siglo! Hay algo más. El mismo Hemingway deja a criterio del lector como calificar este texto. Si lo considera como obra de ficción o no. Incluso expresa que faltan relatar algunas experiencias y detalles que hubieran sido importantes agregar en este libro pero que no todo cabía (¿?) y que se quedaba con las ganas de hacerlo (¡!).

Lo real es que aparece como una libreta de apuntes con anotaciones, como un diario personal sin fecha y como un recuerdo de momentos felices, juveniles y despreocupados, salvo una tarea que se perfila como decisiva y casi ocupa todos los lugares del alma: La escritura. Por supuesto que tiene facetas autobiográficas, algunas críticas, comentarios con momentos que perfilan una guía de viajes mostrando un turista con excepcional capacidad de describir e incluso a veces de no describir. Ernesto Sabato (escritor argentino, 1911-2011) dice en algún momento: “Un testimonio de aquel París que yo conocí como científico del Instituto Curie, y que ya no conoceremos más”. Sí, claro, memorias vividas en el París de la “generación perdida”, aquella expresión que parece que nació en un garaje de autos o en un taller mecánico.

Y volvemos a Padrón y su obra. Pues bien, casi un siglo después el periodista Max Sterling (¿un alter ego de Padrón?) se auto desafía. Impresiona que tras haber leído demasiadas veces “París es una fiesta” se propone recrear ese rico mundillo artístico-intelectual mostrando vivencias y decires que faltan conocerse de ese París de ese Hemingway detectando lugares, reformulando situaciones, re describiendo amigos y otros…no tanto.

Los amigos ya no están, los lugares han cambiado. Algunos sitios perseveran como archivos de la memoria y ostentan, conservan, adornan con fotos u otras imágenes. Allí se encuentran los espíritus de quienes estuvieron o pasaron por esos lugares, aunque no fueran “visitantes o clientes frecuentes”.

Queda como interrogante preguntarse: En el Hemingway que escribió lo que conocemos como “Paris era una fiesta” ¿Todo lo que se dijo es el todo o es que acaso los silencios y los olvidos que acontecen no son gratuitos?

El talento creativo se vale de la ficción y genera ciertas licencias y entre ellas revivir y reinventar tiempos como aquel de Hemingway en París o más bien precisar esto de “Aquel Hemingway en aquel París” donde “… éramos tan felices…”.

Padrón que conoce muy bien París y con ello el Ritz, Shakespeare & Co., la rive gauche, los cafés y mucho más, logra revivir con su escrito su propio encuentro con ese Hemingway de tantos lugares y momentos y deja entreabierta la puerta de la fantasía para permitirle al lector una bocanada del aire de ese pasado en un presente tan lejano que se parece mucho a un siglo.

Bienvenida esta obra para todos los lectores, para todos los visitantes de París y sobre todo para aquellos que todavía no han podido visitarla y especialmente diría para todos los seguidores de ese Hemingway parisiense que se halla siempre allí y no se olvida nunca.

Al final de “París era una fiesta”, hay una frase que Padrón adopta por título para su obra y confieso que yo haría lo mismo: “Paris siempre valía la pena” … ¡Au revoir!

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