Escuché algo sobre este personaje por primera vez alrededor de 1958. Estamos, estoy en el 2013 y se habla a veces, demasiado de él. No se si le gustaría. Pero los hechos son así. Siempre hablaron de él. Pero hoy nos enteramos más. En lo que a mí respecta lo expreso en tiempo presente: Lo aprecio, lo admiro, y como ya lo dije muchas veces, es como un amigo lejano. Hay algo más: literariamente, en esto del oficio del escribir, siempre fue un consejero preciso y diría que hasta recatado. Cada 21 de julio, un día antes de mi cumpleaños, recuerdo el suyo con afecto y algo de resquemor por aquella entrevista que pudo haber sido. Para este 114 aniversario de Ernest Miller Hemingway, tenía escrito algunas líneas sobre este maestro pero preferí saludarlo en su día con un cuento mío dedicado a él que estaba archivado y que tiene una breve historia. La cuestión es así:-1-Hace ya bastante tiempo me enteré vía internet de un llamado a concurso en España de cuentos sobre Hemingway.-2-Las pautas: 1000 palabras o menos y mencionar por lo menos una vez las palabras vino y Hemingway.-3-Como un desafío a mí mismo puse papel en blanco inmediatamente y allí salieron 909 palabras (como tiene el original) en algo más de 17 minutos.-4-La corrección, vacaciones de por medio, demandó un mes y un buen tironeo de palabras con tres versiones y el consabido envío. -5-El cuento no figuró en ningún lugar del concurso y quedó solo como un ejercicio literario.-6-Los papeles respectivos quedaron, como siempre, arrumbados. Pero meses después cuando lo volví a leer me recordó la estructura de un cuento de un gran escritor argentino que prefiero no mencionar para no mostrarme agrandado. Soy solo un escribidor y debo reconocer los límites que puso el jurado. -7-Conservé el cuento para otra ocasión, como una antología por ejemplo. Pero ahora se me ocurrió que este era un buen momento para publicarlo.
He aquí el cuento en la versión que fue a España. Va como un homenaje en su día al Viejo, a Papá Hemingway.
–==(())==–
EL VIAJERO, EL MESON Y EL TIEMPO. ©
Por Oscar Sosa Gallardo
El viajero llegó a Ollauri y fue directo al mesón. Casi todas las mesas estaban ocupadas. Prefirió la barra, en ese momento solitaria. Quería degustar una botella de vino tinto y un trozo de jamón. Esa iba a ser su cena. Luego, el descanso.
Tomó asiento en una de las butacas y sacó de su valija sus escritos para revisarlos y corregirlos. Se enfrascó en ello hasta que una voz amable le llamó la atención.
Era un mozo de aspecto jovial, barba entrecana y una sonrisa que condecía con su aparente carácter. Miró al visitante y sin que este articulara palabra le preguntó: Vino y jamón, ¿Verdad? Se sobrentiende que el vino debe ser un tinto de raza. Sorprendido, el viajero asintió con la cabeza y sin más el atento dependiente desapareció de su vista. El viajero volvió a sus papeles. Leía concentrado cuando frente a él apareció una copa, una botella de vino Don Federico y un grueso trozo de jamón. Varios panecillos completaban el servicio.
El viajero se sirvió un cuarto de copa. Tomó a esta e hizo girar suavemente el vino. Luego, tras inclinarla, una fina lágrima en el cristal le respondió a su maniobra. Entonces probó el vino llevándolo a su paladar. Con un gesto dio su aprobación. Había cuna en ese tinto. Cortó un trozo de jamón y lo comió con fruición. Con el gusto final del tinto en la garganta el fiambre sabía a néctar. Se sintió satisfecho con la elección.
Mientras bebía miró a su alrededor y entonces lo vio. Estaba en un rincón del salón. Parecía aislado de todo. Pero no podía pasar desapercibido. El viajero lo reconoció al instante como el autor de “Muerte en la tarde”. Si, se dijo, era el mismísimo Ernest Miller Hemingway, sentado allí, en ese lugar. Escribía en una libreta. Delante de él se hallaban un par de copas, una botella de vino y un plato con jamón como los del viajero. Parecía que escribía, bebía y comía, todo al mismo tiempo. Pero no era así. Cada tanto, dejaba su lapicera sobre la mesa, acariciaba una de las copas y la llevaba a sus labios entrecerrando los ojos.
El viajero buscó al mozo para preguntarle por este fenómeno pero no halló a nadie atrás de la barra. Su asombro aumentó cuando transpuso la puerta de entrada un anciano de aspecto severo. Caminaba con garbo y decisión. Vestía una vieja levita y un sombrero algo raído. En su mano izquierda portaba un estoque de toreo. Cubría la mitad superior del arma una cinta con los colores de la bandera española que, con elegancia, abrazaba la guarnición y parte de la empuñadura.
El anciano se dirigió sin vacilar a la mesa del escritor. Cuando este lo vio llegar se levantó para saludarlo y ambos se sentaron. En ese acto la mirada del escritor se cruzó con la del viajero. Este se conmovió. Era como si lo hubiera reconocido. Hemingway y el anciano comenzaron a conversar animadamente.
El viajero no podía creer lo que veía. Allí estaba Hemingway en acción. Se notaba que el escritor preguntaba al anciano y luego anotaba en su libreta mientras ambos departían, comían y bebían sin interrupción. Entonces el viajero llamó a su mozo. Quería saber de todo esto. Pero nadie le respondió. Esperó, mientras una y otra vez bebía su vino y corregía eliminando párrafos de sus escritos. Miraba cada tanto al escritor y al anciano. Bebió toda la botella y devoró el jamón. En determinado momento no halló ni la copa, ni la botella, ni el resto del servicio. No le dio importancia y siguió en lo suyo.
Estaba fatigado pero también curioso. Con la palma de la mano golpeó con fuerza la mesada de la barra y apareció un mozo joven a quien no había visto antes.
Preguntó entonces por el otro servidor. La respuesta le sorprendió. No había nadie más que el atrás de la barra. Entonces quien me atendió, dijo algo nervioso el viajero. El joven solo atinó a decir que no sabía. El viajero, ofuscado, le preguntó como era que Hemingway estaba en esa mesa del rincón. A lo que el joven respondió: En esa mesa no hay nadie señor. Ha sido usada por el escritor cuando visitó una bodega de aquí. Luego de fallecido, nadie más se sentó allí. El viajero miró la mesa que ahora estaba vacía y siguió preguntando ¿Y el anciano con un estoque de toreo…? Le entiendo dijo el joven. Usted se refiere a El Matador, como aquí se le conoce. Se dice que ha existido en realidad y que el representa el espíritu y la sangre de todos los toreros que…
Pero, interrumpió ya exasperado el viajero, ¿Como su colega de barba entrecana me atendió y me trajo el vino y el jamón? Debo decirle señor, expresó su interlocutor, que nunca atrás de esta barra hubo un hombre con barba entrecana. Le repito: Siempre la atendí yo que soy el sumiller.
Bueno, entonces tráigame la cuenta por lo que he consumido. El joven volvió a excusarse. Lo lamento señor, dijo, nada puedo facturarle a Usted ya que todavía no hizo ningún pedido y…
El viajero hizo un gesto de impaciencia. La presencia de Hemingway, el vino y las correcciones lo habían animado y satisfecho. El resto, estos hechos que no encajaban, no importaban. Deseaba irse a dormir. En voz alta exclamó ¡Me voy! Y levantándose de la butaca se despidió enfáticamente con unas altaneras ¡Buenas noches!
El joven mozo con sencillez y sin inmutarse le respondió: Es casi mediodía… ¡Buenos días, señor!
–==(())==–