Siempre tendremos a París

El mundo nada puede contra un hombre
 que canta en la miseria.
 Ernesto Sabato (La resistencia,2000)

Las amenazas y el miedo provocan reacciones disímiles. Pero hay algo que trasmite libertad. Hay algo mas allá de las bombas, las balas y la gran tragedia humana de la guerra. Una guerra eterna sin paz. Hay elementos, hechos curiosos que pasaron con las torres gemelas, que pasaron con el ataque a Atocha, que ahora pasa con París. Pbusero ese  mundo de París reaccionó con algo que, como las armas que hemos fabricado, los humanos también hemos creado: La cultura.

Cuando en enero la revista satírica Charlie Hebdo fue atacada y hubo más de una docena de muertos, al horror siguió el pánico y el miedo generalizado. No se esperaba un ataque a una revista satírica que lejos de ser la única era una más de las tantas en la República de Francia. Pero sufrió la fatwa es decir el castigo para los que se consideraba que habían ofendido al Islam. Entonces muchos recordaron a Rushdie y sus Versos Satánicos y las consecuencias en diferentes países del mundo. Pero aquí se produjo un fenómeno diferente: La gente quedó conmovida por el hecho es cierto pero se dirigió a las librerías a comprar……Si, aunque parezca un engaño el tratado de Francois Marie Arouet más conocido como Voltaire, titulado “Tratado sobre la tolerancia” ¡Publicado en 1763! Nadie dijo, ¡Cuánto tiempo! Sino más bien ¡Que importante para nosotros lo que este hombre escribió hace casi cuatro siglos! Es que allí estaban las bases de una convivencia mas justa, más equilibrada. El análisis del fanatismo quizás tenga allí un discurso actual, considerando al fanatismo en cualquier ámbito, sea político, religioso o social. Pero el parisino sintió la necesidad de ser asesorado y aconsejado no por un cualquiera. Buscó el respaldo de su cultura centenaria, pues no era solamente el ataque a un medio de expresión lo que conmovía su espíritu, sino que era a la república que siempre veló por la tolerancia y la convivencia a la que en última instancia debía sentirse como agredida. Charlie Hebdo era parte de esa república. Voltaire había escrito mucho sobre ello y lo coronó con su tratado. ¡Había que recurrir a él, había que leerlo o releerlo como otra forma de mirar, comprender y entender este caos!

El mismo Voltaire dejó un pensamiento memorable, actual y terrible: “La civilización no suprime la barbarie, la perfecciona”.

Meses después y a días de una conmoción similar y también cruenta, con un rosario de atentados, amenazas, movilizaciones militares y con dolor, con mucho dolor y miedo, los parisinos quieren volver a vivir, a pasear, a soñar. Esta vez los objetivos fueron un teatro lleno, uno o dos bares atestados de gente y un estadio repleto en el que estaba el Presidente de la Republica Francesa Francois Hollande. Hubo centenas de personas entre muertos y  heridos. Desesperación, cólera y llanto. París parecía no ser el mismo.

Pero no fue así. París quiso ser el mismo. Entonces allí, en los lugares de los atentados en donde la gente ponía flores y encendía velas en homenaje, en recuerdo, por los muertos y heridos, muchos agregaron un libro. ¡Otra vez un libro en medio del caos, la sangre y la tragedia! Un libro que reflejaba que París era una fiesta, una fiesta movible que no se detenía nunca y que tú siempre recordarías a París aun cuando no lo hayas caminado por esas calles viejas, empedradas, o hayas admirado la Torre o cruzado un puente y mirado el Sena no como un extraño, sino como un compañero o como un amigo capaz de interrogarlo y hasta recibir una respuesta te halles donde te halles y en la margen que elijas. No importa sino probaste un fin à l’eau  en un cafetín cerca del mediodía y te regodeaste como si fueras James Bond. No importa nada. Allí está París. Metido dentro tuyo.

Por eso la gente compró y llevó el libro de Ernest Hemingway y lo dejó junto a las flores y a las candelas. “París era una fiesta” o el título original  “A moveable feast” se vendió por millares y los parisinos levantan el libro en el minuto de silencio en  los homenajes a las víctimas. París, más Francia que nunca, también cantó la Marsellesa mientras abandonaba el estadio    que había sido agredido por los extremistas. Como en la película Casablanca mientras los alemanes cantaban sus canciones en medio del silencio del público, Víctor Lazlo (Paul Henreid), el rebelde, le pide a la orquesta en Rick’s tocar la Marsellesa. El director mira al dueño (Humphrey Bogart)  y este asiente con la cabeza. El público entona el himno de pie con devoción, coraje y emoción. En el estadio pasó lo mismo, solo que la canción patria fue entonada a capella y sin que nadie lo pidiera. Fue entonada por convicción. En ese momento ya eran combatientes por la república agredida

Hemingway trabajaba en este libro como en otros al momento de morir. Eso lo atestigua la gran producción pos mortem por épocas distintas. Hay todo una movida desde el rescate del texto, si así se quiere llamar, por Mary Welsh, cuarta y última esposa del escritor hasta llevarlo a Scribner’s la editorial cuyos dueños eran grandes amigos y consejeros del escritor. Una selección del texto salió anticipadamente en la revista Life  en abril de 1964 y luego tomó la forma de libro definitivamente como se lo conoce hoy. En su momento tuvo una venta excepcional lo que significó una muy buena renta.

El libro recoge las experiencias del escritor en el momento más bello de ese París romántico, bohemio y revolucionario desde todo punto de vista. Es el París de los años veinte. Imposible “ser alguien” en el mundo de la cultura, del arte, de las letras, sin haber estado en París. Pero a la vez París era un desenfreno de sentimientos encontrados que se iban puliendo a si mismos. Y eso era lo importante. La ruptura de los moldes, la construcción de nuevos, en la pintura, en la literatura, en la música, en la escultura. Allí estaban todos. Allí estaba el secreto. Había que estar en París pero luego París jamás te abandonará. Lo llevarás contigo siempre. Ese es el mensaje.

El escritor argentino Ernesto Sabato dice de este libro: “Leí el inolvidable París era una fiesta varias veces, siempre con el mismo interés. Es un testimonio donde este genial escritor plasmó su fe inquebrantable en los hombres que tienen el valor para no claudicar. Los que, en medio de la pobreza y el frío de los inviernos sin calefacción, siguieron viviendo y escribiendo intensamente, dando un lugar a la creación por sobre todas las cosas. Un testimonio de aquel París que yo conocí como científico del Institut Curie, y que ya no conoceremos más”.

El talentoso director de cine Woody Allen se vale de ese momento excepcional de la vida del arte y la cultura y lo toma como un tema principal en su película “Medianoche en París”. Allí capta con su estilo personal, algo de lo que fue ese momento haciendo jugar a los actores, a veces por instantes muy breves, roles excepcionales. Pero le dedica a Hemingway un papel más central entre los redivivos personajes. No siempre ha sido entendida por algunos espectadores, la dimensión de esta fractura del tiempo en la película de Allen ya que no relacionan aquel momento o no han leído “París es una fiesta” o no saben con precisión lo que fue la “Generación perdida”.  No importa, allí está París.

Pero hay algo más importante en todo esto. No es la cultura frente a la barbarie como muchos expresan. Es una cultura contra otra cultura. Ambas con sus grietas e historias trágicas. La convivencia entre las naciones vacila. El entredicho también involucra  al concepto de nación-cultura. La historia de la humanidad muestra que las guerras solo han dejado como enseñanza fundamental su fracaso. Con cierta agudeza, que le era muy propia, Oscar Wilde supo decir: “Mientras la guerra sea considerada como mala, conservará su fascinación. Cuando sea tenida por  vulgar, cesará su popularidad”.

Es posible que leer a Voltaire o a Hemingway sea la búsqueda de una esperanza. Es también la concepción de una utopía. Como lo es por ejemplo la magistral idea  de Barenboim  y Said al crear la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente donde jóvenes palestinos y judíos convergen con sus instrumentos en melodías sinfónicas de todas las épocas y naciones. Pero quizás todo ello solo demuestre que aún con todas las que existen faltan utopías. También se puede pensar que el mundo necesita de la utopía para vivir. Quizás la mayor de todas, la que debe ser universal, sea la de la convivencia en paz y equidad entre todas las naciones del orbe.

Si has leído esto y caminas por París no te resultará extraño que en una esquina de Montparnasse, escuches las campanas de medianoche,  quieras cruzar la calle y te lo impida un De Dion Bouton de la década del veinte atestado de gente bebiendo, fumando y riendo a carcajadas.

Mientras tanto, París seguirá viviendo. Y pasan muchos hechos. Algunos extraños. Cito uno solo. El caso del empleado que va caminando por la calle mascullando contra su jefe, sus compañeros y contra los asesinos de sus amigos. Va hablando del hastío que siente. Habla solo todos los días en el mismo recorrido. Otra vez le toca la zona de las vidrieras espejadas que reemplazan a las originales voladas por las ondas expansivas de las explosiones Odia mirar en ellas su aspecto de derrotado. Por eso su único objeto visible es el suelo. Pero en un momento, distraídamente, mira a la vidriera y en el espejo ve una mujer que camina a su ritmo y que cada tanto le observa. Es atractiva. Usa un conjunto de chaqueta y falda de Cocó y lleva un portapapeles como el suyo. Mira la calle y ella no está. Se vuelve a la vidriera espejada y ella se encuentra. Comienza a caminar y ella también lo hace. Se detiene y otra vez la imagen lo imita. Le llama la atención esto. Se acerca a la vidriera y ella camina hacia el y se detiene. Guiña un ojo picarescamente, se sonríe, hace un chasquido con los dedos y le hace un gesto con la mano pidiendo que se acerque. Cuando el lo hace, ella solo le susurra: Siempre tendremos a París.

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1 Nota del autor:
El título ha sido tomado de Casablanca . Creo que es  la segunda película más famosa del mundo. Es más preciso que decir “…siempre nos quedará París” muy empleado en español. A propósito: Un filósofo utiliza como título de un libro esta última expresión y un novelista titula su novela en inglés “As time goes by” pero su versión en español emplea la mentada frase.

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