Hemingway: “Al otro lado del río y entre los árboles” va al cine.

En Diciembre del año pasado me refería a las instancias fílmicas de la vida de Hemingway. Ahora una de las obras de este escritor es llevada a la pantalla grande, como solía decirse. Quizás la obra que más flancos ofreció a la crítica en su momento. Quizás la que mostró a un Hemingway muy diferente al que todos veían o creían ver. Quizás una obra sincera que muestra las etapas de la vida con y sin crueldad pero como es la realidad. Muestra también el amor. Ese amor que se sabe el último, que marca un final. El final dichoso más allá del final en si mismo. Es posible que  “Al otro lado del río y entre los árboles”  sea en parte todo eso. Es una novela del “final”. Si hubiera sido la última se ganaría un puesto diferente. Pero como Baker, el gran biógrafo del escritor, apuntó en su momento, la novela apareció después de “Por quien doblan las campanas” y esta no solo opacó la tarea del escritor sino el valor de la obra. La crítica no fue bondadosa ni con el libro, ni con el autor. Llegaron a decir “está acabado”. Luego vendría la superación sin dudas, sin quejas y como un broche de oro para el Nóbel: “El viejo y el mar”.Lo insuperable ganaría un espacio para la eternidad. Esa eternidad que, según dice el mismo Hemingway, el escritor enfrenta cada día en su tarea. Este año el cine intenta hacer suya esta controvertida obra de “El Viejo”.

Como se sabe, la novela publicada en 1950 trata del idilio entre  el  ya maduro Coronel Richard Cantwell y la juvenil Renata, una noble veneciana de diecinueve años. El está condenado a morir por una enfermedad terminal en un plazo que aparece como muy corto. Entonces trata de vivir estos últimos momentos gozando la plenitud de un amor, dadas las circunstancias, casi imposible. Ambos son conscientes de ello. Renata busca atenuar de cualquier manera el sufrimiento de este hombre. Todo lo demás es el marco referencial de una Venecia fría, invernal, pero con el calor que esta ciudad puede transmitir a dos personas unidas por mucho más que la tragedia en si misma.

El protagonista de la película es Pierce Brosnan y el director Martin Campbell. Ya trabajaron juntos en Golden Eye, Brosnan como 007  y actualmente lo hacen en The Foreigner con Jackie Chan como protagonista. Peter Flannery y Michael Radford adaptaron la novela. Hay que recordar que Radford estuvo nominado al Oscar por haber escrito y dirigido la película conocida con el título en español como “El cartero de Neruda”.

La gran incógnita es quien hará el papel de Renata. ¿Se apuesta a una desconocida? Es probable. Sin embargo como en otros casos los maquillajes y ciertos efectos pueden hacer maravillas y la protagonista tener algunos años más que 19 y a la vez una experiencia actoral más rica.

No se trata solo de adaptar el libro que por momentos es monocorde para el Hemingway clásico de la acción. Se trata de la personalidad del coronel metida en la picaresca personalidad de Brosnan que a mi juicio compite con Sean Connery en el perfil dado a 007. Esto es muy opuesto. Brosnan, sin desmerecer su elección, es un pícaro y elegante espía, amante o lo que sea en cada una de sus películas. El papel del coronel lo llevará a personificar a un hombre doblemente amargado pero que intenta ser feliz con esta criatura que llena su mundo sin desbordarlo. Que lo ama sabiendo que no tiene futuro. Y que lo sigue en sus periplos sintiéndose bien a su lado y quizás, solo quizás, deseando estar siempre con él.

Para Brosnan el papel es difícil y dramático. Es el papel de muchos seres humanos que de pronto se hallan condenados y sabedores de su ejecución. Si Brosnan está a la altura del mismo lo dirá la película. Es un gran desafío. No es poca cosa. El fin del coronel esta acompañado de una dulcinea que amortigua los dolores del alma más allá de la condena del cuerpo. Insisto en que no es poca cosa frente a lo que Hemingway quiso decir de él mismo.

Renata en la novela es Adriana en la realidad. Adriana Ivancich una joven bella y noble italiana que asistió con su adolescente mirada la postura de un hombre minado por sus enfermedades. Pero para los desmemoriados hay que recordar que esta Adriana ilustró la tapa de la primera edición de “Al otro lado del río y entre los árboles” y también, nada menos que la tapa de la primera edición de “El viejo y el mar”. Pero además la historia, los investigadores incansables en buscar el dato necesario, otorgan a Adriana un papel preponderante en la recuperación física y mental del escritor en ese momento. Ella es su musa, su alma sin dolor. Y sin ella ya no escribirá más como el quiere. Adriana no tiene madurez salvo sentir que ama a alguien, prácticamente un desconocido, a no ser por su fama en las letras y en sus vicios.

En el caso de la película se trata de un militar que solo sabe de guerras y de combates. Para el caso pareciera ser lo mismo. La vida es un permanente combate que debe ser enfrentado. Pero desde allí, ese drama tan humano, precede a una obra maestra como “El viejo y el mar”.

Atención a esto por que la realidad histórica también está metida en la obra. El coronel  es Hemingway. Renata es Adriana. Pero el contexto deja afuera a muchas personas involucradas en la historia real incluso a la principal de ella; Mary Welsh, cuarta y última esposa del escritor más allá y más acá de todos lo amores circunstanciales y no circunstanciales que poblaron la vida de este hombre en forma casi mítica, casi increíble y mas allá de todo lo que se podría suponer.

En la vida real Mary fue una adversaria de Adriana. Y Adriana, cuya vida en algún momento merecerá una nota, es una mujer que con su edad,-19 de aquellos años-, era culta y sabía lo que era “un escritor” y “escribir”. Ella venía de Venecia que no es solo el carpaccio o el Bellini, o el Harrys. Es una bellísima ciudad en donde hay toda una tradición artística y cultural en la que confluyeron los espíritus más finos y educados de la época.  Venecia nunca fue solo la ciudad de los canales. Es la ciudad del arte e incluso de la ciencia y más aún, de la tecnología hídrica. Venecia tiene todo, incluida la nobleza de sus patricios. Adriana era producto de ello. Hemingway pudo ser un torpe, un brusco, pero no lo ignora. Es más, ama todo ello. Y allí está Adriana como un regalo de la vida, en sus postrimerías, con toda la fuerza e incluso el valor para oír sin escuchar a Mary Welsh-Hemingway.

El libro final, está dedicado “A Mary, con amor”. Es una sutileza de la vida, lo diremos así, que es tan rica que lo permite todo. Pero esa misma vida dice también por ejemplo que Ernest prefirió a cualquier otro, el diseño de la tapa que hizo Adriana. Ella está allí más allá de cualquier especulación o historia. Estará más allá en muchos momentos no confesos del escritor

Habrá que ver la adaptación del libro y las exigencias y pretensiones del director. En tanto, le corresponde a Brosnan personificar un hombre común. No heroico. No cabe lo heroico. Tampoco la resignación. Como en un drama fáustico es posible que la película muestre que puede aparecer, en determinado momento, el amor como la fuerza seminal más potente en la sociedad humana que se sobreponga a las miserias de la vida y  del dolor y le de un toque de ternura a un final anunciado e irremediable.

Es posible que Ernest Hemingway lo sintiera así.

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